La experiencia de ser au pair combina una serie de factores que la hacen inolvidable: viajes, aprendizajes, personas que se convierten en amigos y familia… Todo pasa a ser parte de esta gran historia de vida. Si hay algo que definitivamente juega el mayor de los roles en la experiencia que tenemos, es la familia anfitriona con la que vivimos. ¿Y cómo no va a ser así, si son ellos quienes nos reciben desde el primer momento con los brazos abiertos? Nos acompañan mientras nos adaptamos a un nuevo ambiente y compartimos la mayor parte de nuestros días con ellos.
Hablemos entonces de los desafíos de la relación que establecemos con la familia anfitriona. Como cualquier relación en nuestra vida, está sujeta a roces, malentendidos, diferencias e incluso una eventual incompatibilidad. Cuando sucede esto último, nos vemos obligados a acudir a una opción que muchos quisiéramos evitar: el cambio de familia.
Muchos au pairs, y en particular muchos de mis aplicantes, temen enormemente al cambio de familia. En el mundo de agencias au pair, este tema puede tornarse tabú, aunque en realidad es muy importante mantenerlo presente en el manual de manejo de crisis. Yo, personalmente, siempre abordo este tema desde mi propia experiencia.
Para resumir la historia, yo comencé mi año au pair viviendo con una familia genial que tenía dos niños: uno de dos años y medio y uno de diez años. Yo fui su primera au pair, y aunque para el pequeño era divertido tener a alguien más con quien jugar, el grande no se sentía igual. Para él fue difícil aceptar esta nueva figura en su casa, y no logramos llevarnos bien. Luego de intentar distintas estrategias por dos meses, los padres y yo estuvimos de acuerdo en que lo mejor sería que ambos buscásemos nuevas opciones: yo una nueva familia y ellos un nuevo au pair – quizás con un chico tendrían mejor suerte. A mediados de mi tercer mes en Alemania ya había escogido una nueva familia con dos niñas. Con ellos viví felizmente el resto de mi estadía.
Aprendí a no tenerle miedo al cambio de familia.
Al igual que muchas de las grandes decisiones que se deben tomar en la vida -bienvenidos a la adultez-, un cambio de familia es difícil de afrontar. Se trata de un giro de 180 grados. Cuando tomamos esta decisión, nos enfrentamos a lo inseguro, por lo que es natural que dé miedo tomar la decisión. No obstante, yo propondría ver el cambio desde otra perspectiva: ¿qué tal si lo vemos como una oportunidad de tomar las riendas de nuestra vida y generar una transformación positiva? Cuando perdemos miedo al cambio, adquirimos poder. El poder de la toma de decisiones.
Abstenernos de tomar esta decisión nos somete a algo que realmente sí debería dar miedo: pasar un año entero viviendo en un ambiente en el que no nos sentimos a gusto. Además, es importante tomar en cuenta que el au pair siempre contará con el apoyo de las agencias para llevar a cabo esta transición.
Por supuesto, hay algunas medidas preventivas que podemos tomar para no tener que llegar al cambio de familia.
Lo principal siempre será tomarnos el tiempo suficiente para conocer a las familias que se nos presentan entre las opciones, previo al viaje. Es importante programar varios encuentros antes de tomar una decisión, y no dejarnos llevar impulsivamente por un solo aspecto positivo que encontremos en una familia.
Siempre recomiendo a mis aplicantes que tengan suficiente paciencia para evaluar varias opciones, y que incluso cuando sientan que se inclinan más por una familia, se permitan conocerlos relativamente bien (tan bien como se pueda vía Skype y por tiempo limitado). Existen muchos casos de familias que no involucran a los niños en el proceso de entrevistas. Como au pair, considero que es importante conocer a los niños también antes de tomar una decisión. Ellos suelen ser tímidos en este tipo de encuentros, pero de igual forma un pequeño intercambio con los niños puede ayudar a ver algunos rasgos de su personalidad.
Esa es, por supuesto, la medida preventiva que se puede tomar antes de escoger una familia. ¿Y después? ¿Será que durante la convivencia se puede hacer algo para evitar el cambio?
Hay una lista inmensa de razones por las que alguien podría decidir hacer un cambio de familia. Hay cosas que definitivamente no son tolerables y ameritan una decisión rápida y firme. Sin embargo, existen también muchas áreas grises, situaciones que posiblemente se pudiesen solucionar con el tiempo.
La primera clave siempre será la comunicación. Tomen nota, porque esto aplica a todo tipo de relaciones en la vida: la comunicación asertiva y oportuna tiene el poder de solventar conflictos que en los confines de nuestra cabeza eran irremediables. Lamentablemente nadie tiene el poder de leer mentes o de ver el futuro, así que queda en nuestras manos mantener una comunicación sana que pueda evitar que ciertas situaciones pasen a convertirse en verdaderos problemas. No debería haber nada que no se pueda conversar de forma apropiada y respetuosa con los padres anfitriones.
Otro elemento importante cuando la incomodidad parte de una de esas áreas grises que mencioné antes – es decir, que no se trata de algo grave y determinante – es el período de adaptación. Creo que una semana es muy poco tiempo para valorar la convivencia con personas que apenas estamos conociendo. Venimos de mundos distintos, y ahora debemos aprender a convivir. Eso toma tiempo y sí, puede ser un proceso incómodo. Es difícil saber qué cosas pueden cambiar y amoldarse a un estado satisfactorio para ambas partes y qué cosas no van a cambiar de ninguna manera.
Cada familia es un mundo y de seguro maneja tiempos diferentes, pero yo en general recomiendo un período de dos meses para permitirnos conocer a la familia anfitriona y confirmar si efectivamente nos sentimos a gusto con ellos o no. Al cabo de dos meses, cuando la incomodidad persiste y ni el tiempo ni la comunicación facilitan la convivencia, es momento de plantearse la necesidad de un cambio. Y sin miedo. Una vez agotados todos los recursos, es importante tomar la decisión de buscar una nueva familia en el momento apropiado. Mientras más temprano se haga y menos nos detengamos siendo presas del miedo, mejor será el resultado.
Lo vital es tomar siempre en cuenta que nosotros tomamos la decisión consciente de hacernos un regalo de vida, de vivir una experiencia enriquecedora como au pairs. Y así como decidimos hacer una inversión de tiempo y dinero para nosotros mismos, tenemos todo el derecho a tomar las decisiones necesarias para garantizar nuestro propio disfrute. Más allá de los compromisos que se hayan acordado según un contrato, no debemos nada a nadie y la sensación de culpa jamás debe ser un factor para mantenernos viviendo parte de nuestro grandioso año en un ambiente que no es de nuestro agrado.
A fin de cuentas, la esencia del disfute está en la flexibilidad. Todo es flexible, incluso el programa de intercambio que hemos decidido regalarnos como experiencia de vida.